
Me presento, Atilio Varela, y puedo decir con orgullo que soy enfermero desde hace 38 años. A lo largo de mi vida he sido gastronómico, maître, maestro coctelero, barman con muchos años en boliches, y sommelier, pero nada me ha dado más satisfacción que ser enfermero. Hasta ahora, nada me ha alejado de mi vocación.
Mi crecimiento profesional coincidió con el inicio de mi paternidad. Hoy, estoy felizmente casado con Rosana, quien desde hace 26 años hace que mi vida sea más llevadera. Ella lleva adelante la más difícil y encantadora de las profesiones, siendo mamá y protectora de nuestros 6 hijos, un nieto y un hijo del corazón.
Después de mucho esfuerzo, logramos cumplir un sueño: tener una Fundación. Hoy, como padre, esposo y abuelo, me doy cuenta de que pude haber entregado mucho más de todo lo que aprendí como enfermero, en el arte de cuidar.
A través de la Fundación, brindamos la atención profesional que siempre quisimos ofrecer a la comunidad con la que trabajamos. Sin embargo, debido a diversos problemas institucionales, nos vemos limitados en recursos humanos y materiales para ofrecer la atención personalizada que nos gustaría.

Sabemos que la realidad nos presenta muchas dificultades en la vida cotidiana. Al final de cada día, los esfuerzos pueden agotarnos, pero también sabemos que nada se puede lograr solos. Por eso decidimos crear un espacio en el que podamos reunirnos con quienes comparten nuestros objetivos, para llegar a los más vulnerables de nuestra sociedad: los más pequeños y los mayores abandonados.
Es cierto que solos no podemos lograr nada productivo, por lo que vamos a sumar más colaboradores a nuestra causa. Queremos contagiar esperanza y fe para ayudar, prevenir y proteger contra las enfermedades evitables y prepararnos para enfrentar las inevitables.
Esta cruzada va más allá de las necesidades básicas como alimentos, higiene y abrigo. Pensamos en quienes viven en zonas inundables, donde pierden todo con cada inundación, o en zonas desfavorecidas que carecen de saneamiento y agua potable. Muchos no pueden cambiar de zona, y los pequeños no pueden elegir; los mayores, ya no quieren hacerlo.
Las enfermedades se aprovechan de quienes se encuentran en déficit de salud y vivienda digna, y cuando la falta de alimentos saludables es parte de su vida diaria, la realidad más cercana de muchas familias es vivir pensando únicamente en la comida del día siguiente.